viernes, septiembre 05, 2008

País de estreñidos

Después de que hace 30 años se dieran las condiciones políticas para comenzara a regularse la enseñanza de y en las lenguas catalana y vasca, todavía sigue abierto el debate sobre el papel de éstas en el ámbito educativo y su contribución a la normalización social de las mismas. A este respecto es interesante la ponencia del Consejo Asesor del euskara, dependiente de la consejería de cultura del Gobierno Vasco, que abre un debate sobre la base de una revisión crítica en busca de un mayor consenso. El mundo educativo se muestra más inflexible, aun cuando se haya complicado el problema extraordinariamente porque la sociedad es cada más compleja y menos monolítica, sin embargo esto no se considera razón para flexibilizar las políticas lingüísticas educativas, más bien se prefieren cambios en la estructura como los polémicos centros especiales que se anunciaron a final del curso pasado en Cataluña, para frenar el impacto de la emigración en un sistema que tiene como eje la inmersión en catalán. Por cierto, me impresionó oír a un "técnico" de la Generalidad defender en la radio que él no tendría ningún problema matricular a sus hijos en una escuela similar para emigrantes en Bélgica, si así se terciara. Conmovedora sensibilidad.

Ahora el gobierno del País Vasco pretende cerrar la reforma de modelos lingüísticos, que después de muchas vueltas y "revueltas" apuntan en dirección diferente a las recomendaciones de la ponencia mencionada. No parece pretender otra cosa que consagrar a la lengua vasca como la única vehicular para todos los centros, más o menos como en Cataluña. Aunque se prefiere hacer de forma indirecta, a través de una prueba de nivel cuya exigencia de otra manera no podría superarse.

El castellano no puede reducirse a una asignatura, a la manera del idioma extranjero, como tampoco la lengua vasca, tal como sucede en el modelo A (euskera sólo como asignatura), marginal en la enseñanza pública, pero aún con un buen porcentaje de matrícula en la privada. La reforma conduciría en la práctica a generalizar el modelo D, ya mayoritario, donde es el castellano el que se reduce a asignatura, curiosamente quedan algunos restos de un modelo bilingüe, el B, muy denostado, que también desaparecería. La falta de consenso está frenando la reforma, que debería buscarse definiendo a las dos lenguas como vehiculares con unos tiempos mínimos, dejando el resto opcional. Los niveles que alcanzasen los alumnos de uno u otro centro dependerían de multitud de factores colectivos e individuales (de partida, ambientales, capacidad etc.), y de los recursos compensadores que se empleen.
Pero esto no resuelve el problema que plantea la realidad social emergente en un mundo donde la globalización rompe fronteras, y fomenta la emigración. ¿Qué hace un hispano que llega a los 9 años estudiando todo el currículo en un idioma que desconoce en detrimento del castellano?, que también es oficial. Su derecho al éxito escolar está por encima de políticas de identidad locales. Lo mismo diríamos de un no castellano hablante recién llegado de su país u otra comunidad autónoma. ¿Qué integración les espera con una barrera idiomática? Más problemático aún en el caso del euskera que del catalán al no ser una lengua romance y con estructura muy diferente, lo que hace difícil la transferencia. En cualquier de los dos casos, sería necesario una flexibilidad, que rompiera con el discurso ortodoxo, permitiera un bilingüismo integrador donde el predominio de una u otra tuviera en cuenta a cada alumno (algo similar sucedería al incorporar los contenidos de Internet al currículo, tampoco caben fronteras). Lo que nos lleva a preguntarnos si la identidad de Cataluña o Euskadi es sostenible al margen de la común española, pero este otro debate. No sé si en Groelandia podríamos obviar ser daneses.

Los que lean esto al otro lado de los mares, sé preguntarán, a qué viene tanto ruido con semejante asunto. Claro, ellos tampoco saben que este verano nos han machacado en la TV entre prueba y prueba olímpica con publicidad de laxantes milagrosos y milagreros, hasta el punto de que una joven, en pleno tour turístico, encuentra el mejor momento del día a la llegada al hotel para ponerse un edema. País de estreñidos.

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